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Mundos desmoronándose

Stephen White

Mientras el número de fallecidos por el desmoronamiento de la fábrica textil de Dhaka, Bangladesh, asciende ya a 400 personas, los medios de comunicación fijan el punto de mira en las compañías occidentales que compran sus productos en edificios como éste o similares. A lo largo de muchos años, han existido multitud de informes denunciando la explotación laboral en estos lugares, desde salarios paupérrimos hasta explotación infantil. Cuando en alguna ocasión salta la voz de alarma, los compradores afirman desconocer los abusos y hacen gestos fútiles hasta que unos meses después se produce nuevas denuncias de violaciones de los derechos humanos.

En cualquier caso, la mayoría de estos abusos no son comparables al trágico suceso acontecido esta semana, en el que cientos de personas han perdido la vida por deficiencias bien conocidas en la estructura del edificio. Las firmas británicas Primark y Matalan, así como Benetton (Italia), Mango (España) y Loblaws (Canadá), han reconocido que eran clientes de fabricantes localizados en el edificio. Primark ha acordado ya compensaciones económicas a los afectados, y seguramente otras compañías sigan su ejemplo.

El total abandono de su responsabilidad por parte de los propietarios del edificio, dueños de las empresas fabricantes y de las autoridades, algo muy habitual este contexto, es caldo de cultivo para tragedias como esta. Al igual que lo es la presión de los compradores occidentales en su espiral descendente en búsqueda de los precios más bajos. En última instancia, todo deriva del deseo de los consumidores de buscar la mejores "ofertas". Pero el viejo dicho de "lo barato sale caro" es una verdad universal. Tendríamos que habernos percatado cuando los supermercados empezaron a vender uniformes de colegio por 6 Euros. La calidad era muchas veces buena, así que los recortes no iban por ahí. Ahora sabemos que se lograban vía salarios infrahumanos y condiciones laborales deplorables.

Lo que me lleva a plantearme la siguiente pregunta: teniendo en cuenta el tirón de los precios bajos, la búsqueda de márgenes aceptables y la presión por alcanzar los Indicadores Clave de Desempeño, ¿qué responsabilidad negociadora tienen que adoptar los compradores occidentales para intentar mejorar esta situación?

Desde mi punto de vista, no es suficiente con especificar una serie de mínimos requisitos legales. Lo que ocurre en la práctica es que toda la responsabilidad se transfiere a la otra parte (en este caso el fabricante local), el cual no puede cumplir con los requisitos mínimos bien porque no tiene margen, bien porque cree que el regulador local hará la vista gorda y puede ahorrárselo. Tampoco vale con acordar visitas esporádicas y superficiales a las plantas.

Algunas grandes compañías han apostado por contratar a Directores de Comercio Ético, quienes están a cargo de monitorizar el cumplimiento de las condiciones pactadas y prevenir posibles abusos laborales en las fábricas. Sin embargo, no hay signos de que su labor esté siendo muy eficiente. Probablemente se deba a problemas jerárquicos o de precedente: quién pesa más en el consejo de administración, ¿el Director de Comercio Ético o el de Ventas?

Los negociadores comerciales occidentales tienen la responsabilidad moral de verificar que los números que se les presentan son viables y justificables. Deben por tanto analizar si el coste de las materias primas es razonable (¿se pueden conseguir materias primas tan baratas?), estimar si los costes laborales son realistas (¿se puede fabricar tan barato y tan rápido?), y comprobar que los gastos generales cuadren (¿se garantiza la seguridad con costes tan bajos?). Y, allí donde las cuentas no salgan, los compradores deberían hacer algo así como "negociación negativa": comprometerse a intentar mejorar la situación implicándose activamente en las contrataciones laborales, con los proveedores de materias primas y con los propietarios de los inmuebles.

En otras palabras, deberían convertirse en los propietarios de estos talleres clandestinos, gestionando las fábricas para que cumplan los estándares que ellos mismos proclaman. El uso de un tercero es un instrumento muy útil para cuando las cosas salen mal decir "Ah, no es culpa mía…"

Y nosotros, en los países desarrollados, deberíamos impulsar regulaciones que obliguen a las multinacionales a ser corresponsables cuando suceden catástrofes como la acontecida.

 

Stephen White

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