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En la cima de la montaña

Richard Savage
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© Scotwork NA

El punto culminante de las vacaciones, parece que fue hace mucho tiempo. Pasamos  grandes momentos en las montañas del Cantábrico. En el corazón de los Picos de Europa hay un precioso paraje al que vamos desde hace casi dos décadas.

Haciendo senderismo en este maravilloso lugar, a pesar de la absoluta confianza que tenemos ante cada aventura en la que nos embarcamos, con los meticulosos mapas de senderismo, y los teléfonos inteligentes con GPS, sabíamos que nos perderíamos.

Me gustaría pensar que somos un grupo brillante. Muy práctico, en forma y ambicioso. Pero del dicho al hecho , hay un gran trecho.

Está grabado en mi mente el día después de una noche de cumpleaños, dentro de un refugio en un bello paraje, a unos 1800 metros sobre el nivel del mar. El hotel refugio tenía un restaurante adosado y celebramos bajo las estrellas, y unos carajillos, la preparación para una caminata hasta un collado y posterior descenso por un valle  hasta un pequeño pueblo medieval (con un bar ) llamado Mogrovejo.

Hay una pista que normalmente seguimos - una caminata de 2,5 horas a través de magníficos paisajes - pero esto era algo nuevo. Asumo la responsabilidad del drama que se desarrolló, pero también me gustaría dejar constancia de que sí hice la observación de que "esas curvas de  desnivel se veían muy, muy juntas".

Pero seguimos adelante. . Emocionados y ciegamente optimistas de que podríamos domar estas montañas de chicos osados. En el equipo, mi esposa, dos hijas (20 y 25), un amigo de mi hija menor y  yo. Todos experimentados caminantes de montaña. ¡Oye! Lo habíamos hecho tantas veces antes que no podía  salir mal.

El sol brillaba, pero hacía frío a esa altura, así que no tomamos suficiente agua. La caminata hasta el collado  transcurrió sin incidentes - pero tomó un poco más de tiempo del que habíamos anticipado. Por lo tanto, el "comeremos al otro lado" parecía, en retrospectiva, como un plan ingenuo, ya que el sol del mediodía se cernía sobre nuestras cabezas  y aún estábamos a horas de nuestro destino.

Bajando por el valle alarmantemente empinado , la garganta se hizo más profunda y angosta aún. El lecho del río, aparentemente llano, estaba casi verticalmente inclinado, lo que nos llevó a atravesar con las piernas descubiertas a través de la áspera y espinosa aulaga, la complicada montaña. En un momento dado, una de nuestras hijas quedó atrapada en un esquisto resbaladizo y hubo un momento en el que la única cosa que la sostenía era el agarre de mi mano sobre una roca que sobresalía.  Sin embargo, la roca se soltó y un batallón de hormigas se apiñó cubriendo mi mano y mi brazo, pero no pude soltarla.

La amiga se torció la rodilla. El tobillo del más joven, que había sufrido una tensión menor (un incidente en un club nocturno de la Uni), empeoró y estábamos agotados. Cinco horas y las primeras lágrimas fluyeron (¡No, no las mías!).

Después de seguir bajando por el lecho seco del río, se formaron espantosos barrancos en las orillas tan empinadas que tuvimos que usar avellanos para salir de los problemas. En algún momento habíamos llegado al punto de no retorno, pero quién sabe cuándo fue eso.

Y como muchas negociaciones, una preparación deficiente, unos objetivos poco realistas y una estrategia inflexible significaban que no teníamos ninguna posibilidad de que la experiencia saliera según lo previsto. Lo logramos, por supuesto, pero la familiaridad y  la arrogancia, dejaron a nuestro equipo cuestionando las habilidades de liderazgo exhibidas en ese memorable día de verano, y lo que resultó ser un retozo de 8 horas y media en las montañas. Y posiblemente un poco de lágrimas (aunque después del primer trago de un Larios con tónica en el bar Mogrovejo.

Si estás pensando en ir a ese bar de Mogrovejo, me temo que ya no queda ginebra....

 

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